I Certamen de relatos LGTB – Ganadores

El pasado mes de junio se hizo entrega de los premios a los ganadores del I Certamen de relatos LGTB Fuenla Entiende.

Los relatos ganadores fueron:

I PREMIO: QUERIDA CRISTINA, ESTA NOCHE VOY A MORIR de Luis Javier García

Querida Cristina,

Te escribo estas palabras pues nunca voy poder hablar contigo directamente. Solo quería decirte que esta noche voy a morir. Tal vez decirte esto así de primeras suene un poco brusco, pero siento que mi existencia tiene que llegar ya a su fin.

Tú ya sabes perfectamente como soy, lo que soy, pero aun así empezaré mi historia por el principio. Soy el típico chico que acaba de terminar el primer año de instituto y que aprovecha cualquier momento para quedar con los amigos y jugar unos partidos. Soy un entusiasta del futbol e intento jugar un poco cada vez que saco tiempo. Tengo la suerte de tener un padre y una madre que me quieren y se llenan de orgullo en cada ínfimo logro que consigo en la vida. También tengo un hermano mayor que yo, Marcos, con el que discuto a menudo pero en el fondo nos tenemos un gran cariño el uno al otro. La gente dice que tengo una mentalidad muy madura para la edad que tengo, suelo llevarme bien con todo el mundo e intento agradar a la gente con la que tengo relación. En definitiva, tengo lo que podría catalogarse como una vida ejemplar.

Te estarás preguntando entonces cual es el motivo por el que tengo que poner fin a esto, pero tanto tú, mi querida Cristina, como yo, sabemos en el fondo cual es: soy una gran mentira. Soy un fraude, un embuste, un engaño, una patraña, una trola o como lo quieras llamar. Soy un pedazo de arcilla que se ha ido moldeando conforme la gente ha ido esperando cosas de mí, de nosotros. Soy un ser maleable que se ha ido construyendo a partir de las premisas que la gente de alrededor, intencionada o inintencionadamente, a estipulado que son las correctas para un niño como yo. Soy la coraza que la sociedad ha ido forjando todos estos años y que ha impedido que tú puedas brillar como te mereces. Soy el alter ego que tu mente ha creado para protegerte en este mundo, a veces cruel para personas como tú, y es por eso que tengo que desaparecer cuanto antes.

Muchas son las veces que hemos pensado en terminar con esta situación pero por miedo, inseguridad o a veces por simple comodidad hemos descartado el hacerlo y seguir nuestra mentira. Pero eso se tiene que acabar y se va a acabar esta noche. La decisión está ya tomada y he preparado todo para que esta noche acostemos nuestro cuerpo en nuestra cama pero seas tú sola la que lo tenga que levantar por la mañana y todas las mañanas a partir de ahora.

Me vas a tener que disculpar pero he tenido que tomar algunas decisiones por ti en estos días. He vaciado nuestro cuarto de “mis” cosas y he dejado solo aquellas que sé que te puedan agradar o que vayas a usar. También me he tomado la libertad de hacer algunas compras para ti. En el armario vas a poder encontrar un vestido nuevo de esos que nos hubiera gustado ponernos de vez en cuando, pero que esta sociedad no nos dejaba vestir, y junto a ellos unos zapatos preciosos parecidos a aquellos de mamá que tantas veces nos probamos a escondidas. También he cogido prestado algo del maquillaje de mamá por si quisieras arreglarte un poco y he dejado crecer nuestro pelo para que te hagas uno de esos peinados que siempre hemos querido llevar.  Sé perfectamente que ahora ya no eres el tipo de chica que le gusta lucirse y llamar la atención, pero quiero que tu primer día como una chica completa, sin mí, parezcas una princesa de aquellas que veíamos todos los años en carnavales pero que nunca nos permitieron ser. Todo esto al final va a ser tu decisión llevarlo o no, pero tómatelo como el último deseo de alguien que está a punto de desaparecer y que quiere ver, tan solo un día, a la niña que no nos dejaron ser.

A partir de mañana tu vida va dar un giro tremendo, empezando por papá, mamá y Marcos, que aunque no creo que se esperen este cambio, siempre te han querido incondicionalmente y siempre lo harán. Al principio les costará adaptarse como pasa con todos los cambios, pero bueno, tú les conoces tanto como yo así que ya sabes que se terminarán acostumbrando. Pero no te quiero engañar. Esto va a ser un camino muy largo y duro, y tienes que ser fuerte.

Para empezar va a estar el tema de los médicos. Ya sé de sobra que el cuerpo que tenemos no es el cuerpo que te corresponde y habrá que empezar a cambiarlo pronto. Eso va a significar estar de tratamientos interminables e incluso tener que someterse a operaciones para cambiar, pero según vayas viendo que tu cuerpo se parece más al cuerpo que deberías tener, verás que merece la pena.

Es posible que con la vuelta de las clases, al terminar el verano, te empieces a encontrar con preguntas incomodas, gestos incomodos e incluso situaciones incomodas. Seguramente el jugar al futbol con los compañeros y compañeras haga la transición un poco más llevadera, pero no te hagas muchas ilusiones ya que para algunos de ellos y de ellas ahora eres como un monstruo. Verás rotas algunas relaciones que creías inseparables, que se tornarán inexistentes o incluso hostiles. Tendrás que soportar tratos que ninguna persona tendría que soportar. Tendrás sufrir que te llamen por otro nombre, por mi nombre, o que se monte un circo cada vez que tengas que ir al baño. Hay gente muy cruel en este mundo y en esos momentos es cuando te vas a dar cuenta de verdad. En algún momento te podrían llegar a insultar o hasta agredir solo por ser como eres, y no se te permita participar en algunas actividades porque el simple hecho de que estés presente lo considerarían un escándalo. Todo esto solo dentro del instituto, porque fuera de él la cosa va a peor. La gente te mirará de forma extraña y habrá algunas personas que intenten alejarse de ti. Tendrás que andar con mil ojos pues te podrían sorprender en cualquier momento por la calle volviendo a insultarte, a golpearte o a humillarte. Lo peor de todo es que ni a cubierto podrás estar completamente a salvo. Hay algunos sitios en los que no serás una persona bienvenida e intentarán escudarse en derechos de admisión y tonterías varias con tal de hacértelo pasar mal. Ya estoy cansado de oír por ahí de agresiones sin motivo aparente más que la discriminación hacia personas como tú. De hecho hay algunos lugares que han creado estúpidos códigos que les dice una manera de actuar, de echarte, si entras en ellos. Códigos rosas, códigos multicolores o autobuses naranjas que únicamente están diseñados para hacer daño. Va a ser duro.

Y ahora te estarás preguntando después de todo esto cual es la razón por la que debemos dar este paso si este mundo es tan cruel y nos va a causar tanto sufrimiento. Te voy a dar algunas. En primer lugar, eres la niña más dulce que conozco y sé que te vas a convertir en una gran mujer. Te mereces ser feliz y conmigo aquí no vas a poder lograrlo.

Otra de las razones por la que debemos seguir con esto es porque en todo este camino nunca vas a estar sola. Vas a tener mucha gente que te apoye cuando algo malo te pase. Incluso personas desconocidas y organizaciones que ahora están luchando y que van a seguir haciéndolo por tus derechos y los de muchas otras personas que, como tú, se merecen ser respetadas y poder caminar libremente, sin miedo a ser rechazadas.

Por último solo me queda mencionarte la razón más importante de todas por la que tengo que desaparecer, y es que tienes derecho a estar aquí. Tienes derecho a poder estar donde te dé la gana y nada ni nadie puede impedírtelo. En el caso de que alguna vez no te lo permitan sé que vas a luchar por tus derechos al igual que han hecho muchos otros antes y que muchos otros harán en el futuro. Sé que gracias a ti poco a poco se irá construyendo un mundo en el que ya no hagamos falta las máscaras como yo y así es como debería haber sido desde el principio. Adiós mi querida Cristina.

Fdo: Cristian, un niño que jamás debería haber existido…

II PREMIO: TÚ Y YO, NOSOTROS de José Ángel Cembellín

Tú y yo, nosotros, en ese rincón del bar donde nuestras vidas se cruzaron por primera vez ese frío tres de febrero, cuando la  lluvia que embarraba las calles de Madrid te sorprendió y buscaste refugio en ese bar. De lo que no eras consciente es que además acabarías encontrando en mí (y yo en ti) un refugio donde nuestros sentimientos quedaban protegidos de los ataques de una sociedad que juzga sin saber.

Entraste con una sonrisa que acabó consiguiendo que me envolviese en esa nube de felicidad irracional e inexplicable, mitad ilusión mitad incredulidad, que tantas ganas tenía de volver a sentir. Y con una manera de mirarme, que acabé deseando que solo me dominara y no me matase, porque muerto ya no tendría ningún modo de escapar de ti.

Recuerdo cómo avanzabas lentamente hacia mi mesa dejando atrás el miedo a mi rechazo y la opinión de los demás, y de cómo empezamos a compartir el desayuno, algo que se convertiría costumbre en nuestra vida, mientras nos perdíamos en un mar de conversaciones con el arcoíris haciéndose hueco entre las nubes y los primeros rayos de sol del día incidiendo en nuestras caras.

Los testigos de aquel día eran esos cristales que aún permanecían empañados por la humedad sobre los que acabaron marcadas nuestras iniciales con nuestros dedos a la vista de las miradas de incomprensión de la gente que se paraba unos segundos como si de un escaparate se tratase, pero que guardarán para siempre los recuerdos de nuestros primeros besos, una escena que poco tendría que envidiar a una de Hollywood, con la peculiaridad de que los únicos espectadores éramos nosotros mismos; sin críticas ajenas; y con el único galardón de poder seguir contemplando el miel de tus ojos y las pecas de tu mejilla que nunca me cansaré de contar una a una.

Y uno a uno también fueron pasando nuestros días juntos, como aves sin una meta predeterminada, sin navegadores ni mapas, simplemente llevándonos por nuestros sentimientos, pues aprendimos que el destino hay que ir descubriéndolo, no persiguiéndolo. Y juntos llegamos a  un nuevo tres de febrero y nos dejamos caer a nuestro pequeño rincón, que apenas ocupaba un metro cuadrado de superficie pero tan extraordinariamente significativo para mí que era capaz de quitarme la claustrofobia que siempre me había caracterizado.

Y ese momento de luz, amor y magia se convirtió en una oscuridad que nunca antes había experimentado, en la que nuestros besos se interrumpieron por puñetazos en nuestros cuerpos, nuestras expresiones de cariño se enmudecieron por una retahíla de insultos homófobos, mientras nuestros cuerpos eran arrastrados al suelo sin cesar las patadas, hasta que llegó un momento que lo único que sentía eran tus yemas de los dedos intentando mantenerse en contacto con las mías, y que lo único que podía ver era tu mirada que buscaba desesperadamente el contacto con mis ojos, en medio de una visión borrosa frente a la que luchaban mis párpados para no cerrar los ojos. Y aún hoy sigo recordando esa mirada fugaz pero cargada de sentido para nosotros, y con la capacidad suficiente para transmitir la energía y la fortaleza para reafirmarnos de que nada ni nadie nos iba a quitar la sonrisa y con una sonrisa en los labios acabé perdiendo la conciencia.

No me gusta recordar las duras semanas y meses posteriores pero tampoco puedo decir que hiciésemos borrón y cuenta nueva, pues siempre quedarán nexos en nuestra mente que nos lleven a aquel día, ataduras del pasado que ni hasta la mejor terapia psicológica es capaz de eliminar. Sé que derramaremos miles de lágrimas en noches largas de no dormir como si intentásemos encontrar alguna solución, pero hasta en las matemáticas más exactas hay ecuaciones cuyo resultado es erróneo, el mismo que nuestras conclusiones; pues en un mundo con tanto odio, toda condena al amor siempre está de más. Sé que algo cambió en nuestras vidas aunque no podamos describirlo y expresarlo, similar a esos sentimientos irracionales que salen en forma de escupitajos de palabras sueltas sin nada que las dote de sentido.

Pero también sé que seguiremos conquistando cada calle, plaza y espacio público con nuestro amor, porque aprendimos que los grandes muros caen a base de golpes, y el muro de los prejuicios, de la desigualdad y de la homofobia será derribado con golpes de visibilidad de nuestro amor y en avances de nuestros derechos. Y todo para que algún día hablemos de amor sin diferencias, que veamos parejas sin especificar sexos, que no sea necesario hablar de armarios pues ya no haga falta ocultar nada en las sombras del miedo, que la palabra igualdad sea una realidad indeleble en nuestra sociedad y que por fin, las miradas, los acosos, los insultos y la discriminación sean historia; una historia en la que nosotros habremos humildemente participado, porque tú y yo, nosotros, tenemos derecho a estar aquí y ahora.

III PREMIO: VALIENTE de Daniel Fuertes

Los primeros días del mes de junio siempre se disfrutaban con especial deleite en el pequeño hotel Vela de Gavia, deseando que estos se alargaran lo máximo posible. Eran días en los que el calor aún no resultaba asfixiante, se sentía la brisa agradable del mar por las mañanas y una ocupación hotelera moderada garantizaba jornadas de trabajo razonables. Aquellos primeros clientes que llegaban del interior del país a disfrutar de su recompensa estival se veían enseguida envueltos por ese ritmo amable y pausado de los trabajadores del establecimiento, que aún frescos y sonrientes, disfrutaban también de la calma que precedería a la estresante tormenta de julio y agosto.

Aquella mañana, en la barra del bar de la piscina estaba sentado un hombre mayor que se habría jubilado hace tiempo si no fuera porque aquel hotelito, propiedad suya, le hacía sentir útil y respetado. A la vez que saboreaba un café con hielo iba repasando en una vieja libreta importes y cantidades y contrastándolas con los meses de junio de años anteriores. Pero algo le distraía continuamente de su tarea.

―Niño, hay ahí dos maricas que me están tocando ya las narices.

Con “niño” se refería a su sobrino Quique, que tenía ya casi treinta años y la piel curtida de servir cervezas y mojitos bajo el sol, verano tras verano desde que era adolescente. El joven, rodeado de paquetes de servilletas de papel y de pajitas de colores en el suelo, se detuvo un momento y asomó la cabeza por encima de la barra, mirando con curiosidad alrededor.

Dos chicos de unos veinticinco años y en actitud acaramelada, se remojaban en el agua.

―¿Quiénes? ―preguntó Quique con indiferencia.

―Joder, niño, los de la piscina. Vete y dales un toque de atención, anda.

―¿Pero atención de qué?

Quique se hizo el tonto por molestar al viejo, y siguió rellenando y ordenando los arcones del bar. Su tío gruñó algo ininteligible y siguió revisando por encima sus notas, pero a los pocos minutos, volvió a suceder: los dos muchachos emergieron del agua en plena carrera, y el más moreno, que se quedaba rezagado, le agarró del bañador al otro, bajándoselo un poco, y se enzarzaron en una pelea infantil de pellizcos y aguadillas que concluyeron de pronto firmando la paz con un beso apasionado.

―Hostia, Quique. ¿Lo has visto? ¿Sí o no?

―Que sí, coño, que sí. Que se han dado un beso.

―Pues es que llevan un rato así, llamando la atención. Y hay niños y todo.

Quique se incorporó de nuevo con fastidio y echó un vistazo alrededor. Tan solo había algunas familias en el recinto, unos estaban enfrascados leyendo libros y periódicos y otros tomaban el sol parapetados tras gorras y gafas oscuras, y en el agua sólo estaban aquellos dos chicos, que simplemente nadaban juntos de un lado para otro como un par de delfines juguetones. Los únicos niños presentes, ocupados en la titánica labor de llenar un globo con el agua de las duchas, no parecían especialmente interesados en los nadadores.

―Ya vale, tío. Estás exagerando. Quiero acabar de ordenar esto.

―Pues voy yo… A la próxima, voy yo.

―¿Qué pasa, tío, ya no te acuerdas de la parejita de americanos del año pasado? Todas las noches saltando la valla para montárselo en el agua, los muy cerdos.

―¿Eh? Pero si esos eran un tío y una tía ―replicó el viejo sin entender.

―Pues por eso mismo. Y tú no dijiste ni pío. ¿Y ahora te molesta que estos dos se den un simple beso? Digo yo que están en su derecho.

―Venga, Quique, no me vengas de moderno. Éste es mi hotel y se respetan mis ideas. Y tú eres mi trabajador y aquí haces lo que yo te diga.

Al levantar el tono de voz, los chicos de la piscina miraron con curiosidad en dirección al bar, percatándose de que desde allí les estaban observando. Incómodo, Quique bajó la mirada avergonzado de haber sido sorprendido espiando los movimientos de la joven pareja. Y ante el gesto inquisitivo de su tío, sin mediar palabra cogió un par de zumos de maracuyá del fondo del frigo, de esos que ya estaban bien fresquitos, los puso sobre la bandeja junto a un par de vasos con hielo y se acercó con decisión al borde de la piscina.

―Hey, chavales.

Los chicos, que estaban agarrados de la mano, se soltaron al instante como movidos por un acto reflejo ante una amenaza, un gesto interiorizado a fuerza de ser repetido toda la vida, poniéndose en tensión.

―Os invitamos a un par de zumos, ¿vale? ―dijo Quique con jovialidad―. Que con este calor hay que hidratarse.

Los chavales observaron atónitos cómo aquel camarero les dejaba las bebidas sobre la mesita de plástico y apenas acertaron a dar las gracias, riendo sin comprender muy bien lo que acaba de pasar, pero maravillándose por su buena fortuna: por fin habían conseguido reunir algo de dinero para disfrutar de tres días en la playa, sus primeras vacaciones juntos, y habían tenido la gran suerte de elegir ese hotel con un personal tan generoso y amable.

Cuando Quique volvió a la barra con la bandeja bajo el brazo, su tío no daba crédito.

―¿Se puede saber a qué ha venido eso?

―¿No dijiste que tuviera un gesto de atención con ellos?

―Yo dije darles un toque de atenci… ―su sobrino no era capaz de contener la risa―. ¿Pero tú me estás vacilando? ―le increpó el viejo, cerrando el libro de golpe―. Pues ahora revisas tú el stock y haces el pedido. Y esos zumos los pagas tú, atontao.

Quique se encogió de hombros sin darle ninguna importancia y mientras terminaba de apilar los paquetes de servilletas, decidió que el día que tuviera novio formal, y ojalá fuera pronto, sería tan valiente como aquellos dos chicos.

 

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